viernes, 19 de febrero de 2016

Juan Oviedo/Febrero de 2016



San Valentín

La locura siempre fue una víctima de lo real porque jamás se le permitió su libre aflorar y fue enclaustrada en nosocomios y presa dilecta de la psiquiatría, por ello, la locura se mimetizo con formas que lo real no pudiera sospechar de su presencia, se camuflo en los sueños y pudo así vivir sin culpa alguna las fantasías oníricas, y  regodearse con lo que aun no existía, incluso, llego a platonizar el mundo de todos los días, donde lo real, no fuere una propiedad de la vista ni una condición mensurable de los sentidos oscuros.
Por ello, tales locos busquen lo oculto del mundo invisible, ese que nos habita desde siempre y pergeñen junto a la ilusión y los deseos, la aventura más fabulosa destinada como destino sublime: el amor, entonces, por fin se haga presente en nuestro mundo la fabulosa rosa y señora de los vientos junto al mayor acto lucido de la locura que nos mora, el de jamás casarnos ni crear familia ni buscar tampoco descendencia posible, pues se sabe que los locos no hacen caso a los mandatos que  ordenan acerca de esas cosas y del amor.......pues poseen su propia mirada acerca del ser de las cosas y en especial, con esa presencia diáfana y veloz que es el amor.
Si lo real posiciono como cuerpo a la belleza en cada mujer, sin embargo, la  afición por lo invisible nos hubo de llevar a indagar por el alma a través de lo que se dice, se piensa y se siente, por ello busquemos en la palabra, el haz de significados o el contenido que lo ininteligible se expresa sutilmente y ahí, busquemos entre el silencio que aguarda paciente escuchar la palabra o el latido del élan.
Porque lo real, sólo existe en lo vivo y jamás en la flor por sí misma, nada tiene un sí mismo independiente de lo que pueda significar, lo asignificativo es la muerte de lo vivo y por lo tanto, ausencia de lo real, más allá que podamos percibir en nuestros ojos algo  presente y lo creamos real, pero las disecaciones no poseen vida propia. La distancia que delimita lo ausente en presencia, lo sea por la quimera con su creer que el estímulo en nuestros ojos implique una determinación de lo real, quimera porque nada tiene vida en sí mismo si no significa.
Una roca puedes no verla y ser tus ojos estimulados por ella, la falta de sentido le quite realidad como roca, tal ser los cánones de esta locura, sin embargo, solo los locos pueden amar, como la inocencia ser sólo en los niños, porque se edifican universos donde antes no los había junto a personas corrientes que deambulaban por este mundo sin ser vistas ni oídas y desapercibidas como tal.
Por ello es preciso estar alerta a lo oculto de las cosas, prestos a descubrir a la vida que existe, en el susurro del silencio entre la noche más oscura, el alma pueda ser presa del escozor más profundo y que es el desvelo del enamorar como tal.
Y cuando ello sucede, el no seguir los mandatos le siga el no creer sobre el decir de todo estar  enamorado, eso de la felicidad y del vivir la bienaventuranza amorosa o el camino hacia la dicha, impliquen el mayor de los desatinos, pues en el reino de lo oculto y de lo invisible un destino se vaya forjando entre la vida y la muerte con su duro enfrentar, cuando el amor llega a la vida de mujeres y hombres.
Que destina que la locura no será gratuita, que si o si tiene su propio final, por su precio a pagar, ceder ante la verdad incuestionable del ¡si vives, entonces, mueres!, análogamente, si vives el amor, ¡también lo agotes!
Las paradojas del destino se ensañen con tales locos, y la locura, viva lo real de su propia existencia por el agotar amoroso, lo real nos muestre vencidos y nos enrostre nuestra inútil condición, del supremo dolor que significa esperar por el nuevo amor, pero no como locos, sino como cuerdos pues lo real nos ha puesto en este lado del muro, del mundo y su propiedad del existir de las cosas por sí solas.
O tu nombre perdido para siempre, en apócrifo y cotidiano decir... ya no vulnera.

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